18 jul 2012


Tendría que haber sonado el despertador a eso de las tres de la madrugada, para tener tiempo suficiente  de tomar una ducha, un café, bajar al aparcamiento para sacar el coche, etcétera, etcétera. Pero estaba más nervioso que un niño en la noche de Reyes, esperando ver que regalos le dejaban los Magos de Oriente a los pies de su ventana.

A las dos de la mañana, mi coche ya caminaba por entre las tierras de Lleida, camino de la autopista que me llevara a Madrid. Me detuve en un par de áreas de la autopista para tomar café y estirar las piernas. Pude permitirme el lujo de charlar un buen rato con el operario de la gasolinera, pues iba más que sobrado de tiempo y aún sabiéndolo, la impaciencia me consumía cada vez que el cuenta kilómetros subía un dígito, el reencuentro con mis camaradas del Villaviciosa 14 estaba más próximo a cada momento. Habían sido muchos días de espera y 28 años después de mi ingreso en filas iba a reencontrarme con ellos.

Llegar a Zaragoza y ver los indicadores hacia San Gregorio, despertaron una dulce melancolía de tiempos pasados. Maniobras, anécdotas, alguna penalidad, alguna bronca y mucha, mucha camaradería.

Mientras sonaba de fondo Scorpions en el equipo de audio, meditaba sobre los estereotipos de la mili, de nuestra mili; cuando aún era obligatoria, pero a la que algunos fuimos voluntarios por motivos diferentes; unos por vocación, otros por quitarse de en medio, otros por vaya usted a saber que amor perdido… Lo cierto es que durante meses, un grupo de salvajes asilvestrados, recién salidos de la adolescencia se encontraban en un cuartel sin el apoyo de sus padres ni el entorno familiar, por norma acogedor. Nuestro nuevo ambiente poco tenía que ver con una familia, o eso creíamos todos. De golpe y porrazo, nuestro entorno se convertía en un marasmo de órdenes, gritos, pasos ligeros, acciones realizadas a la carrera, normas, trabajo, más órdenes, instrucción... y en algunos casos desesperación. El CIR resultó una dura, pero aleccionadora experiencia y a pesar de haberme relacionado con gentes de otras tierra de las Españas, tuve la oportunidad de aprender, conocer, disfrutar y respetar otras maneras de vivir, de ser y expresar la vida; todo dentro de nuestra Patria. Una variedad que me convertía en una persona más rica cada día, una experiencia que me hizo tirar al cubo de la basura los miles de estereotipos preconcebidos.

Mi familia estaba en Barcelona, pero llegar al Villaviciosa 14 y sentirme acogido por una nueva familia, fue todo uno. La peor novatada que sufrí, consistió en hacer la moto, es decir, correr durante unos minutos haciendo ver que pilotaba mi Vespino. Al contrario, los veteranos nos daban “caña positiva” durante el segundo periodo de instrucción y mi sargento Gordillo tuvo que amonestarme porque no pude parar de reír cuando un veterano gaditano, me indicaba como usar el zapapico y la zapapala para cavar un pozo de tirador. El licenciamiento de mis veteranos, de mis “Wisas” me produjo la primera lágrima furtiva. Parte de mi segunda familia se iba y tal vez no los volviera a ver jamás.

Así transcurrió parte de mi servicio militar, para nada en ningún momento fue una tragedia, ni aún en los malos momentos. Siempre mantuve un grato recuerdo de mis compañeros y de la inmensa mayoría de mis mandos. Con esa conciencia y esa alegría, abandoné tierras mañas, cada vez más cerca de Madrid, pero debía tomar otro café y volver a estirar las piernas.

Desayuné a las puertas de la capital y dos horas después me planté en la estación sur de autobuses para esperar a Juan Montoliu (Valencia), aprovechando para hablar con Silvino Menéndez (Asturias) y con José Antonio Ángeles (Madrid). A partir de ese momento, la cosa se desmadró, literalmente. Era tanta la impaciencia de todos nosotros, que José Antonio voló para buscar a Silvino, Juan y yo hicimos el check in en nuestro hotel y al cabo de un rato, empezaron los abrazos, la liberación de la alegría contenida y de la impaciencia acumulada. No hicimos nada de lo que teníamos planeado a priori, nos apalancamos los cuatro en un bar cercano a nuestro hotel, comimos, tomamos café, copas; y llegó Pepe Terrén (Madrid) a eso de las cinco de la tarde.

Sobre las doce de la noche tuvimos que cerrar el “chiringuito” e irnos a dormir. Había resultado un día largo e intenso, en el pudimos explicarnos nuestras vivencias personales, las anécdotas en nuestro servicio militar, los planes de futuro para la asociación de veteranos, mostramos las fotografías de nuestras familias y sobre todo, nos reímos mucho, muchísimo, en medio de un extraordinario ambiente de afecto, de respeto y de camaradería propia de los que tuvimos el alto honor de servir en nuestro Villaviciosa 14.

Ninguno de nosotros queríamos retirarnos, pero la edad no perdona y ya no resultábamos ser aquellos muchachos que lo mismo aguantaban una marcha de varias horas o una tarde intensa en la cantina. Había que descansar, la tarde fue emocionante e intensa, con el único disgusto de no tener FÍSICAMENTE entre nosotros a Miguel López Blancart (Córdoba), pero que estuvo presente en todo momento.

Así nos fue, aproximadamente el viernes 2 de marzo, el sábado podría ser aún más intenso y así resultó.

Sobre las doce del mediodía nos hallábamos en El Pardo, punto de encuentro: restaurante El Gamo. Allí nos encontramos a dos camaradas de Almería, Antonio Martos y Cayetano Estévez.

Tomamos un aperitivo mientras explicábamos nuevamente las mismas cuestiones que el día anterior, nuestras vidas, nuestras experiencias, nuestra mili, nuestros mandos; reinando la generosa y extraordinaria camaradería propia de nuestra arma de Caballería, la generosidad extraordinaria del jinete, del centauro legendario de nuestro himno; guerrero y caballero, arrojado en el combate y exquisito en el trato.

¡Santo Apóstol! Gracias por vuestros dones.

Y llegaron nuestros mandos. Tuve que decir al Comandante Núñez, lo mismo que le dije al Coronel Sierra: “Nos ha traicionado el pelo, pero estás igual, mi comandante, el único que ha envejecido y engordado, he sido yo”. Mi Comandante Nico, también estaba igual, solo que se había recortado algo su característico bigote.

Creo… No, no lo creo, estoy seguro de ello. Lo más repetido fueron los abrazos constantes y los gestos de apoyo mutuo. No todo lo que explicamos resultaron ser alegrías, también compartimos penas y desgracias personales que fueron acogidas por los demás con una gran complicidad, convirtiendo la adversidad del otro en dolor propio.


En Caballería no caminamos, vamos al galope y no tuvimos ningún tipo de piedad para atacar a toque de carga los exquisitos yantares que nos ofrecía El Gamo, ni los entrantes ni los segundos platos pudieron escapar de nuestro ataque, que no fue exactamente la carga de Taxdirt, pero tuvo semblanzas.

Uno de los momentos más hermosos de la jornada, fue ver a uno de nuestros mandos emocionarse mientras recordaba diversas anécdotas con los soldados a su mando. Riéndonos a continuación como descosidos al recordar situaciones comunes a casi todos o circunstancias diversas que no conviene explicar aquí.

Las vivencias personales dieron paso a planes de trabajo para la creación de nuestra asociación de Veteranos y tras haber trazado los planes de actuación, nos fuimos a visitar el museo de la Guardia Real.

Una visita extraordinaria y aleccionadora, guiada por su director el capitán Galindo, magnífico oficial e inmejorable guía, con el don especial de saber explicar cada rincón del museo de una manera exquisita. Gracias, mi capitán, lo pasamos realmente muy bien.

Llegó la hora del “hasta luego”, el momento en el que cada uno debía regresar a casa. El momento de los abrazos intensos y de alguna lágrima indiscreta. El momento de los pellizcos en las mejillas y los nudos en el corazón. El momento de arrancar el motor del coche, activar el GPS y volver a casa.

Me detuve en dos ocasiones para fumar un cigarrillo fuera del coche y continuar haciendo balance de este extraordinario reencuentro. Habían sido dos jornadas de trabajo y de ocio, de planificación, decisiones, proyectos y sobre todo de emociones.

La emoción de saber que más allá del tiempo y de la desaparición de nuestro amado Regimiento, aún continuaba latente en todos nosotros el espíritu de lo que nos enseñaron en nuestro RCLAC Villaciosa 14 ¡CAMARADERÍA!

Y pocas horas más tarde, entraba en la provincia de Barcelona con la satisfacción del deber cumplido mientras en el equipo del coche se escuchaba: “Un grito pone fin a la hazaña, con nuestro lema ¡Santiago y cierra España!



Manel Rodríguez.




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